domingo, 15 de mayo de 2011

AFRO, La voz de los tambores: Entrevista a Álvaro Muriel

¿Cuál fue tu motivación principal para entrar en el mundo Afro y documentarlo?


Tenía este proyecto en mente desde hace varios años. Incluso es un proyecto anterior a Ellas (EDOC7), que se ha venido postergando básicamente por razones presupuestarias. Pero nunca lo descarté. Por el contrario en estos años se fue puliendo la idea, enriqueciendo, alimentando con nuevos aportes.

La principal motivación es que siempre he sido un enamorado de la música y la cultura afro en general y afroecuatoriana en particular. He tenido varias oportunidades de vivir experiencias de diverso tipo, pero todas de una u otra manera vinculadas a Esmeraldas. En el plano personal, quizás la más importante fue el haber tenido un abuelo materno esmeraldeño, nacido según el mismo decía, a orillas del río Teaone, y al que yo veía desde niño manejar con destreza el machete, pelar cocos y bailar marimba en las fiestas. También mi madre de joven pasaba largas temporadas de vacaciones en Esmeraldas y me contaba como en las noches se escuchaban sonar los tambores “de los negros” allá en Barrio Caliente.

Otra experiencia que recuerdo mucho y que de alguna manera “me marcó” fue presenciar el ensayo de un grupo de marimba, “Berejú”, una noche en San Lorenzo, sentir la fuerza de su baile y su cultura, ser testigo de la herencia que dejan en sus niños pequeños. Como dice Papá Roncón: “cuando toca un negro, ah, se siente”.

¿Qué significa para ti hablar del mundo Afro?

Hasta ahora mi experiencia como documentalista más que “hablar sobre...” ha estado enfocada a dejar que otros hablen. Convertirme en cierta medida en un medio solamente para dejar escuchar la voz de los otros. Afro, en este sentido no fue la excepción. Yo he tratado que sean los músicos y los cultores de lo afro quienes hablen. Y para eso me he valido de cuatro de sus representantes más importantes: Papá Roncón, Petita Palma, Rosita Wila y Don Nacho. Son ellos los que conducen el relato, los que nos llevan a sus recuerdos y es a través suyo que nos adentramos en ese mundo mágico, pero al mismo tiempo súper terrenal y cotidiano.

Por supuesto, para conducir ese testimonio de los mayores hay una estructura, un guión muy pensado al que le fui dando las vueltas, buscando siempre la mejor manera de contar su historia de la manera más honesta y auténtica.

Para mi hablar de lo afro es hablar de una parte importantísima de nuestra identidad. Es darle su verdadera dimensión a una cultura que tiene una riqueza enorme, en lo musical, en lo gastronómico, en lo espiritual y lo mágico, en la convivencia con la naturaleza, en el concepto que tienen ya sea de la fiesta o de la religiosidad, incluso de la muerte, que es algo mucho más cotidiano y aceptado que para la cultura mestiza. En la música y la poesía afro están siempre presentes “lo humano” y “lo divino” como dos caras de la misma moneda.

Creo además que en el Ecuador lo afro tiene su especificidad, derivada del hecho de que los negros en nuestro país no tuvieron un origen esclavista. Desde su llegada al territorio de lo que es el Ecuador actual, fueron negros libres, que formaron sus propios palenques y aprendieron a convivir con una sociedad mestiza, que si bien los discriminó, tampoco se atrevió a enfrentarlos.

Pero a pesar de ello, es increíble que lo afro en el Ecuador signifique todavía discriminación y pobreza, marginalidad y desempleo. Y para muchos, siga siendo sinónimo de “delincuencia y vagancia”. Eso es triste.

De alguna manera por eso lo que busco con el documental es sacar a la luz parte de esa riqueza cultural de lo afro y que quienes lo deseen empiecen a identificarse un poco con ese mundo, y lo asuman como propio. Sin esa carga de prejuicios.

¿Cómo fue tu proceso para involucrarte con tus personajes y entrar en sus vidas?



Involucrarse con los personajes del documental fue sencillo. Es gente muy abierta que está dispuesta a compartir su conocimiento y su sabiduría. Que además le gusta sentirse valorada. Petita Palma y Papá Roncón son dos referentes que están en la cima de la cultura afroesmeraldeña y lo saben. Yo creo que a Papá Roncón seguramente le visita alguien al menos una vez por semana para entrevistarlo, así que en su caso además tiene ya mucha experiencia. Pero los casos de Nacho o Rosita quizás son diferentes, ellos son menos “famosos”, pero por eso mismo los siento más auténticos.

Una cosa que me gustó mucho en este trabajo fue la oportunidad de conocer a los viejos. Pero además de contactarme con gente de nueva generación que aunque respetan y valoran el conocimiento y la música ancestral, están buscando nuevos derroteros para darse a conocer. Ellos también tienen la necesidad a flor de piel de contar su propia historia, de mostrarte lo que saben hacer, y se ilusionan con la idea de que lo que estás grabando sirva para contárselo al mundo. Todo eso te abre las puertas de sus casas y de sus corazones.

¿Qué ha sido para ti lo más complejo de tu proyecto?

Con toda seguridad, conseguir el dinero para poder realizarlo. Al igual que lo fue con Ellas, este es un proyecto absolutamente independiente que lo he financiado personalmente, con mis propios recursos. Pero aún en ese camino tuve dos golpes de suerte invalorables: el primero, encontrarme con un material de archivo formidable del fotógrafo François ‘Coco’ Laso sobre los mismos personajes y los mismos escenarios. El segundo, ganar el Premio Augusto San Miguel (2010) con apenas un primer corte. Sin esos dos elementos no sé si el documental habría sido posible. Por un lado, cuando tienes la suerte de contar con mucho material, con muchas horas de grabación, puedes darte el lujo de escoger lo mejor para ponerlo en la pantalla. Y cuando te caen del cielo los recursos para poder pagar a quienes trabajaron contigo, por obvias razones, todos le meten más cariño.

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