miércoles, 30 de junio de 2010

Ley de Culturas ¿un paso adelante?

Publicamos a continuación un texto de Melina Wazhima Monné que nos han enviado desde Cuenca a propósito de la propuesta de la Ley de Cultura:


Ley de Culturas ¿un paso adelante?

Estudiando la propuesta de Ley Orgánica de Culturas, nos encontramos con contradicciones y errores que se evidencian ya desde la nomenclatura de los espacios que conforman lo que se ha llamado el Sistema Nacional de Cultura; divorcio que se profundiza conforme nos aplicamos en el análisis del Informe de Mayoría para Segundo Debate del Proyecto de Ley Orgánica de Culturas, mismo que fue emitido hace pocos días y que en pocos más pasará a la plenaria de la Asamblea Nacional en donde, incluso, podría ser aprobado.

Para muestra un botón, revisemos lo que el Artículo 62, del Capítulo II de dicho informe reza literalmente:

Art. 62.- Estructura del Sistema Nacional de Cultura.- El Sistema Nacional de Cultura se conforma por los siguientes organismos competentes:

Ministerio encargado de la Cultura.

Casa de las Culturas Ecuatorianas Benjamín Carrión.


Instituto Nacional de Artes Visuales, Plásticas y Contemporáneas, que comprende:

- Literatura, el Libro y la Palabra;
- Cine y Audiovisuales;
- Teatro;
- Danza;
- Música;
- Arquitectura y restauración;
- Artes Populares; y,
- Elencos Nacionales.


Instituto Nacional de la Memoria Social y el Patrimonio Cultural, que comprende:

- Red de Museos, Sitios, Monumentos y Espacios Patrimoniales


Instituto Nacional de Bibliotecas y Archivos, que comprende:

- Red de Bibliotecas y Archivos


Instituto Nacional de Diálogo y Desarrollo de la Interculturalidad, que comprende:

- Idiomas ancestrales


Gestores culturales de los gobiernos autónomos descentralizados y entidades privadas.

El punto número tres (3) de este artículo habla de la estructuración del Instituto de Artes Visuales, Plásticas y Contemporáneas entre las que, para los señores asambleístas de mayoría de la Comisión, se cuentan la literatura y la música (¡artes visuales y plásticas por excelencia!), el teatro y la danza o el cine, que deberán renunciar respectivamente a su carácter escénico y audiovisual para poder encajar y ser beneficiados por esta Ley, así mismo los elencos nacionales y las artes populares. Tratar de comprender a lo que se refieren con “contemporáneas” resulta difícil, pero dado el contexto, puede significar cualquier cosa, aunque dicha terminología esté plenamente consensuada para su uso dentro del mundo de las artes.

Ahora bien, ojalá el problema estuviera en corregir el uso, a todas luces errado, de denominaciones dentro de la propuesta; llanas evidencias del desconocimiento y enorme distancia entre quienes redactaron y asesoraron esta Ley, y la realidad de las mismas en el contexto nacional y mundial; pero no, el problema va mucho más allá.

Asusta que aún hoy se perciba un interés tan diezmado por parte de la gran mayoría de los actores políticos, medios e incluso la misma ciudadanía al respecto. Si errores inconcebibles como estos se cometieran dentro del texto de la Ley de Comunicación, de Minas o de Aguas, de seguro el “papelón” cubriría los titulares y espacios de opinión, pero la Cultura, o las Culturas, siguen siendo considerados un “mal menor”, una ley de segunda, un conjunto de normas por las que no vale la pena jugársela, una ley en la que es más cómodo contentar a todos (aunque aquello tampoco se consiga) usando una retórica indefinible para conferir un carácter progresista a la Ley, pero que lo único que hace es demostrar la incapacidad de crear una que se convierta en un instrumento práctico y efectivo de trabajo en el campo cultural en el país.

Ha pasado todo lo contrario, la que probablemente ha sido la experiencia, a nivel de institucionalidad cultural, más exitosa en este país, al contrario de lo que se esperaría de un espacio que ha cumplido con su tarea y que es capaz de argumentar numérica, estadística y políticamente sus resultados, es de las pocas, o tal vez la única, institución a la que se desaparecerá como consecuencia de esta nueva Ley.

Hablo del Consejo Nacional de Cinematografía del Ecuador, que desde su creación, tres años atrás, ha conseguido lo que hasta este momento no ha logrado ni siquiera el Ministerio de Cultura (institución rectora del futuro Sistema Nacional de Cultura): fondos concursables con reglas claras, calendarios y plazos que en verdad se cumplen, jurados independientes de alto nivel y procesos de seguimiento y evaluación exigentes con los creadores, pero también eficaces y justos con ellos; desarrollo de un modelo de gestión que involucra al sector tanto en la elección de sus representantes, cuanto en la veeduría de los procesos y la permanente construcción y evolución de las políticas y estrategias de gestión habiendo apoyado 103 proyectos del 2007 al 2009, que premian a diferentes instancias de producción audiovisual, además de espacios de exhibición como muestras y festivales que han llegado a las ciudades más grandes y pobladas, pero también a las comunidades más recónditas; proyectos de investigación y de formación, proyectos de realización comunitaria que ponen nuevamente a prueba los alcances de un sector, que ya hace más de dos años entendió que debía extender su labor ampliamente hacia el audiovisual y fortalecerse para enfrentar los retos que con él se presentan, como las cuotas de pantalla televisiva, una esperanza para mejorar los contenidos de los canales de televisión en señal abierta, tema que concierne a más de 9 millones de ecuatorianos (as) que tenemos un televisor en casa y que sin duda esperamos se mejore la calidad y contenidos de lo que ofrecen dichas pantallas, entre muchos otros temas de interés nacional.

Sólo en cuatro años de aplicación de la Ley de Cine, que son pocos para medir resultados, el porcentaje de estrenos sólo en películas de ficción –tal vez la estancia de producción más compleja- ha subido de 1.8 estrenos al año (del 99 al 2006) a 6.3 estrenos anuales – entre el 2007 y el 2009-, con perspectivas de crecimiento altísimas. La gestión del CNCINE y la de los productores nacionales ha traído a casa una inversión extranjera de por los menos 1.243.000 dólares, que paga la realizada en ese mismo período de tiempo, 2008 – 2009, desde el estado (1.103.000 dólares), a lo que se debe sumar toda la inversión privada que completa los presupuestos de los proyectos, redundando en la creación de puestos de trabajo y el indiscutible desarrollo del sector que como sabemos incluye además a músicos, actores y actrices, fotógrafos, diseñadores, artistas de distintas ramas, técnicos de lo más variados, servicios desde los más artesanales hasta los más especializados; el cine y los audiovisuales además de ser un arte son una actividad industrial y un sector estratégico del estado.

Los números y resultados seguirían saliéndonos favorables prácticamente en todas las áreas de acción de la Ley de Cine y del quehacer del CNCINE, no sé si otras instituciones culturales estatales pueden jactarse de lo mismo, a mi por lo menos, la experiencia me dice lo contrario, y por tanto permite saber que todo el aparato burocrático planteado por la presente Ley no va a volverse mágicamente efectivo, técnico, ni va a componerse de todos sus vicios por decreto.

La Ley de Cine, que en lugar de convertirse, vía reforma, en la Ley del Cine y los Audiovisuales peligra con ser derogada, nos deja el aprendizaje de que una Ley debe ser práctica, clara y realista; que una Ley de Culturas no se vuelve histórica y transformadora por el uso de terminología embellecida. Al sector audiovisual le tomó 30 y más años de participación, construcción de consensos, resolución de conflictos al interior de su propio sector y lucha permanente, el construir lo que hoy, de un planazo pretende desaparecerse.

Hasta ahora vamos diciendo los del audiovisual, pero la Ley de Cultura, ya lo ven, necesita de un serio replanteamiento en más de un aspecto. Nosotros nos mantenemos firmes pero parece ser el momento para por lo menos plantearnos el hacer que nos miren con más seriedad que no la de embutirnos a todos los creadores bajo un instituto de las Artes Visuales, Plásticas y Contemporáneas que poco o nada responde a nuestras necesidades y realidades.

Por Melina Wazhima Monné

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